A mi amiga María y a mi nos gusta mantener nuestra tradición de Nochevieja: ella corre la San Silvestre mientras yo me pierdo por Madrid para luego cenar juntas sushi, con una botella de vino y terminar saliendo a darlo todo hasta pronunciar correctamente, en inglés americano, Carolina Herrera.
Este año me he perdido por Castellana aprovechando que fui a despedir a María a la salida de la San Silvestre Internacional. Hacía una noche perfecta: buena temperatura, tráfico moderado y muchas ganas de andar y perderme… en mis pensamientos.
Según iba bajando Castellana hacia José Abascal pensaba en lo lejana y ajena que me parecía Madrid.
Desde hace ya mucho tiempo no siento especial apego por la ciudad que me vio nacer hace 40 años, en parte porque vivo en la periferia y en parte porque mis recuerdos de infancia en Cuatro Caminos o el Barrio del Pilar son cada vez más lejanos y borrosos.
Si a esto le sumamos que mi crecimiento personal más brutal se produjo fuera de España y en unas circunstancias elegidas por mi en primera persona (por primera vez en mi vida y con 24 años), esta sensación de lejanía se acrecienta mucho más. Y de verdad que me supone un cierto problema moral porque creo que caigo en la ingratitud.
Sin embargo, esta Nochevieja me sentí anclada a ella por primera vez en mucho tiempo. Supongo que los últimos acontecimientos han hecho que tenga que vivirla más, pasearla más y conocerla más; lo que ha producido un estrechamiento del cordón umbilical que me ata a mis innegables (a pesar de todo) orígenes.
Paseaba por Castellana a la altura de Ríos Rosas y por primera vez era consciente de este paseo, de la arquitectura que encontraba a mi paso y hasta, para disgusto de mis retinas, de los adornos horteras de Navidad de la rotonda de Emilio Castelar.
Reparar en todo esto hizo «click» y me di cuenta de cuánto necesitaba este «click». De la sensación de soledad que te proporciona vivir en un sitio con el que no te identificas pero en el confort que te proporciona hacerlo por primera vez en mucho tiempo y ser consciente de ello.
A partir de este punto mi paseo dejó de ser una letanía de pasos constantes para convertirse en una agradable sensación de «estar en casa» o por lo menos por esa noche en concreto, ya que mi verdadero «ser» sigue viviendo en esencia muy lejos de aquí.
Madrid es como es, o la quieres o la odias. Madrid te mata a veces por su hostilidad de gran ciudad. Madrid es caótica en su ADN… Pero nací aquí y de alguna manera, me guste o no, mucho de lo que soy se lo debo a ella. Me guste o no siempre acabo volviendo con ella. Me guste o no soy parte de ella.
15 años me ha costado esta reflexión… Manda huevos.